Para ayudaros en vuestra experiencia de enfermedad oncológica, hemos decidido publicar el testimonio de un paciente que luchó valientemente contra la enfermedad y aprendió mucho de ella. Desde Omega Psicología, como psicóloga especialista en tratamientos de cáncer, deseamos que os sirva de ayuda. Nunca tiréis la toalla.
Sigo siendo yo
Una experiencia más con el cáncer
¿Es cierto que existe algo que no se haya dicho ya sobre el cáncer? Probablemente sí, pero yo no sé qué es lo que pueda ser. ¿Cuántos libros, textos, reportajes, reflexiones, hemos leído sobre esta enfermedad? Seguramente cientos de miles. ¿Nos han ayudado en algo? Estoy seguro de que sí, a muchísimas personas, aunque también estoy persuadido de que no a otras muchas. Si acepto esta aseveración como un axioma, entonces, ¿qué hago aquí escribiendo esto? Buena pregunta, me alegro de que me la hagas.
Verás, cuando la doctora Crespo, psicóloga especialista en tratamientos de cáncer, gran persona ante todo, me planteó la posibilidad de contar mi experiencia, acepté entusiasmado. De pronto, alguien me ofrecía la ocasión de explicar algo que no había salido de mi círculo más cercano, algo íntimo y personal que no se suele poner al alcance de nadie. Sin embargo, al punto empecé a sentir sudores fríos, ¿qué es lo que yo pueda contar que no se sepa ya? ¿En qué puedo ayudar a otros? ¿Qué me puede hacer diferente a los millones de personas que, afortunadamente, superan cada día un cáncer en el mundo? Esa pregunta también es buena, aunque ya no me alegra tanto que me la hagas.
No creo que sea la mejor aportación explicar un proceso harto conocido, tanto en su desarrollo como en sus consecuencias y efectos secundarios. La quimio, en todas sus variantes, la radio, los medicamentos coadyuvantes o para contrarrestar efectos. Estamos hartos de eso, tiene que haber otros resquicios, otras cosas que nos motiven, que nos ayuden a recorrer un camino cuesta arriba que, en muchas ocasiones, no parece tener fin por ser, precisamente, tan empinado. ¿Quizá mi percepción de cómo fueron las cosas? Puede ser.
Al principio, poco después de serme diagnosticada la enfermedad (en mi caso un tumor pulmonar), me explicaron que uno de los factores que más hay que tener en cuenta para el tratamiento es la vertiente psicológica. Ya tenía una experiencia muy cercana al respecto, personalizada en mi padre. Él no lo superó. Tanto los médicos como la familia conveníamos en que le hizo muchísimo más daño la depresión que el carcinoma. Sin embargo, ¿cómo encarar el latigazo que supone el diagnóstico de algo tan temido y odiado como un tumor?
A pesar de saber de primera mano la importancia de la salud mental en un caso como éste, desde el principio rechacé de pleno cualquier ayuda psicológica. Vamos a ver, que soy yo, éste, cabezota, luchador, con mucha personalidad y con las lecciones bien aprendidas. ¿Nunca te han dicho que no hay nada peor que engañarse a uno mismo? A mí sí, pero volví a hacerlo. Afortunadamente, hay profesionales mucho más inteligentes y perfectamente preparados.
Experiencia con psicóloga especialista en tratamientos de cáncer en Omega Psicología
Una de las psicooncólogas, que es la psicóloga especialista en tratamientos de cáncer, del equipo me conocía desde muchos años antes, cuando mi padre enfermó. No hace falta decir que se ofreció de inmediato a ser mi referencia, por aquello de la confianza que teníamos. Tampoco es necesario mencionar que rechacé con una amplia sonrisa el ofrecimiento. Sin embargo, ella no se rindió. Cada vez que nos cruzábamos por el pasillo (sospecho que no era por casualidad) me entretenía un ratito charlando con ella y siempre, siempre, me aportaba cosas que, en la mayoría de las ocasiones, aplicaba sin querer automáticamente, una gran ayuda caída del cielo sin haberla solicitado, sin haberla aceptado. Fue una de las primeras lecciones que recibí en aquellos meses y la que más he tardado en asimilar.
Su primer consejo fue, a la postre, el más importante que me pudo dar. La experiencia le dictaba que, por mucho que intentara aparentar seguridad y tranquilidad, estaba tan aterrado como cualquier otra persona. No tenía la más mínima noción de cómo encarar la situación. Entonces, me dijo que lo único que nada ni nadie me podía quitar, mucho menos un tumor, era mi personalidad, que no dejase de ser yo mismo nunca, “eso no lo puedes consentir”.
Vale, pero eso no es tan sencillo. Por de pronto, soy tan normal como cualquiera, ningún tipo de superhombre o héroe, ¡no, por dios! Superman sólo hay uno y es un cómic. Así, comencé como todos comenzamos, planteándome la gran pregunta: “¿Por qué yo, por qué a mí?” ¡Ah, esa es la cuestión! De ahí nace todo el interrogatorio posterior al que uno se somete, sin ton, sin son y sin solución. No hay una respuesta válida para esas preguntas, no existe, es inútil buscarla. Llegar a ese punto es descorazonador. “Bien, de modo que nadie me responde. Ahora voy y me cabreo”. Buena reacción, de momento ya he conseguido recuperar mi punto de rebeldía.
Cómo afrontar una enfermedad oncológica
La sensatez aconseja analizar la situación. No es que yo sea muy sensato, que no, pero si me queda algo de racionalidad. Pensemos, pues. ¿Qué es el cáncer? Un tumor maligno, duro o ulceroso, que tiende a invadir y destruir los tejidos orgánicos circundantes. ¡Toma ya! ¿Y qué demonios significa eso? Ni idea. Pensé que era mejor explicármelo según mis propios parámetros. El cáncer es un bicho pequeñajo y repelente que, si tropieza y se cae al suelo, se mata, aunque tiene una mala uva que es capaz de destruir personas, familias, entornos sociales, empresas… Vale, vale, frena. Es capaz de todo eso, sí, pero la pregunta original sigue sin responder, “¿por qué a mí?”. Y aparece entonces la única respuesta válida que fui capaz de encontrar: porque le da la real gana.
En este punto es cuando comienza, en condiciones normales, la depresión. No estaba solo, ni mucho menos, tenía amigos, compañeros que me apoyaban y ayudaban todo lo que podían. También encontraba un gran apoyo en cada reunión con los oncólogos, sobre todo en ese alguien que siempre estaba allí y que no conocía. Con el tiempo me han abierto los ojos y he descubierto que esa persona que solía hablar poco, pero con un tino exquisito dando en el clavo con asombrosa exactitud, era una psicooncóloga. Actuaban con la inteligencia de quien se sabe no es bienvenido ya que yo no quería saber nada de psicólogos, en mi ignorancia y estupidez congénita. Hoy soy consciente de lo muchísimo que me ayudaron. Pero vayamos por partes, sigamos el orden de los acontecimientos.
Ahora viene esa fase en la que todo el mundo mundial tiene la culpa de lo que te pasa. Pues no, estás equivocado. Nadie, en absoluto, nadie tiene responsabilidad alguna en lo que te está pasando. Encerrarse en sí mismo, estar permanentemente de mal humor, meterse en casa y salir sólo para trabajar o ir a consulta o tratamiento, no es una buena idea. Tampoco lo es gritar a la gente, insultar, enfadarse por cualquier cosa, es sólo una manifestación inequívoca de un egoísmo latente que sale con la excusa de que estás enfermo.
Primera mentira, no lo estás. Segunda mentira, no eres especial. Tercera mentira, nadie te odia. Cuarta mentira, no es ningún castigo divino. Quinta mentira… Se acabó, estoy harto de flagelarme, autocompadecerme, tenerme manía, caerme mal. Ése no soy yo, no me da la gana ser así. Primera y, probablemente, única verdad absoluta que te has dicho desde que empezaste el proceso.
A partir de aquí, la experiencia con la psicóloga especialista en tratamientos de cáncer fue una de las más hermosas que he tenido en mi vida. No, no estoy loco. Bueno un poco sí, pero otra de las lecciones psicooncológicas, yo las llamo así por los profesionales de las que fui recibiéndolas, es que hay que poner las cosas en una balanza, en un platillo lo negativo del proceso y en el otro lo positivo: siempre terminaba habiendo más de lo segundo y menos de lo primero.
Luchando contra Aquiles
En el tiempo que estuve luchando contra “Aquiles”, ése fue el nombre que le puse a mi bichito, conocí personas maravillosas, no sólo médicos, enfermeras, auxiliares, sino compañeras y compañeros que luchaban como yo. Todos ellos me enseñaron que la vida es hermosa incluso en una sala de tratamiento, sólo hay que planteárselo así. ¡Claro qué es difícil, qué preguntas me haces! A mí me daba medio coger cariño a la gente que veía allí, pero otra psicooncóloga me dio la clave: a lo largo de nuestra vida conocemos personas magníficas o que nos atraen de alguna manera y que, por circunstancias dispares, no volvemos a ver. Intuimos que siguen vivas, por supuesto, en nuestra cultura la muerte juega el rol del final inexorable, pero no volvemos a verlas. No me dijo más, no hizo falta. Comprendí que todos ellos podían ser percibidos de la misma manera. Entonces es cuando supe que podía bailar con ellas, que podía charlar y reír con ellos, que podía disfrutar de su compañía. Por mi tratamiento no tenía que permanecer demasiado tiempo en las salas del hospital de día, pero comprender todo eso me ayudó como sólo hoy, con la perspectiva del tiempo transcurrido, puedo apreciar.
Fuera me aportó un gran soporte el ser capaz de mantener mi empleo. Mis compañeros fueron más que ejemplares, apoyando, ayudando y, sobre todo, soportando. Dicen que fui un buen enfermo, procuraba mantener la procesión en mi interior, pero siempre hay alguno que se da cuenta. En esas circunstancias es cuando te haces consciente de que tienes cerca de ti tesoros insospechados, personas tan grandes que no puedes describir con palabras y que sólo ves cuando te quitas de los ojos las vendas de la culpabilidad, del dolor inexistente, de las depresiones absurdas. Ahí, cerca de ellos, comprendes que, por muy dura que sea la enfermedad, sigues vivo, sigues manteniendo tu ser, sigues en el planeta más hermoso e increíblemente rico en el que se puede vivir en el universo. No, no me refiero a la Tierra, me refiero a ti.
También tuve la inmensa fortuna de conocer a una mujer extraordinaria que estuvo a mi lado en los últimos meses compartiendo la cruzada antibichejo que estaba manteniendo. Sin su amor, sin su apoyo, sin su saber estar, sin su conciencia de que seguía siendo un hombre como los demás, todo habría sido mucho más difícil, imposible, no, pero sí complicado. Da igual lo que haya podido pasar después, esas cosas no se pueden olvidar ni se pueden agradecer nunca lo suficiente. Su aparición en mi vida en aquel momento terminó de congraciarme con el mundo y me ayudó a convencerme de que mis males no eran culpa de nadie y nadie tenía que pagar con malos humos, antes al contrario.
Traté de no perder lo esencial, lo único que no podía robarme el incordio que padecía: mi propio ser, mi sustancia, mi yo. Nadie tenía la capacidad de dármelo si lo perdía y, además, estaba seguro de que ésa era la mejor manera de superarlo. Sabía que, aunque la medicina me curase, después tenía que seguir viviendo y no era cuestión de quedar marcado para siempre por algo que debía convertirse en una experiencia vital más, por muy intensa o dolorosa que pudiera ser, la meta era conseguir que terminase por ser nada más que eso. Si, por el camino, extraviaba mi personalidad, mis ideas, mis creencias, mis sueños, nada se habría conseguido aunque me hubiese curado. De alguna manera, eso suponía que Aquiles vencería y no estaba dispuesto a permitirlo.
Me ha costado muchísimo tiempo comprender todas estas cuestiones. Llegaron a ser automatismos que me salían casi sin querer, no tenía que esforzarme en absoluto. Y el germen fue una frase de una profesional especializada en ayudarnos, una persona que dedica su vida a una labor que, en muchas ocasiones, pasa desapercibida eclipsada por un final indeseable o por el brillo excelso de la ingratitud de quienes se curan y sólo saben achacarlo al indudable buen hacer de los oncólogos. Me refiero, claro está, a los expertos en psicooncología. Ahora sí puedo comprender lo muchísimo que me ayudaron, la importancia de tenerles como referente, al igual que tenemos a los otros profesionales, incluyendo casi a los de enfermería. Sin la psicóloga especialista en tratamientos contra el cáncer que e ayudó, es posible que hoy no estuviese aquí o, al menos, que no estuviese tan bien como estoy.
Seguir siendo uno mismo
No creo tener ni la capacidad ni los conocimientos suficientes como para atreverme a dar un consejo a nadie, mucho menos con algo tan difícil de aceptar como un tumor, como el cáncer. Sin embargo, sí puedo compartir estos aprendizajes. Aquella simple frase de la psicooncóloga cuando todo empezó, me enseñó cuál era el desvío que debía coger en la encrucijada que se me planteaba. Me mostró que, por mucho que se esforzasen todos los profesionales que intervenían en mi tratamiento, por mucha alegría y sentimientos compartidos con los demás enfermos, por mucho, muchísimo amor que me pudieran dar en mi entorno, nada sería suficiente si después de curarme no seguía siendo yo, con mis virtudes y defectos, con mis taras, buenas o malas, pero mías. Eso es lo mejor que puedo aportar en la vida, es para lo que he nacido, es para lo que mis padres se esforzaron tantísimo en educarme, en mantenerme, en apoyarme cuando les necesité. Nací para ser yo.
Eso es lo mejor que puedo dar, ni consejos, ni buenas palabras, ni abrazos, ni besos. Lo único que quiero decirte en estas circunstancias, sean las que fueren, sea cuál sea la dolencia, sea cuál sea el puñetero estadio, sea cuál sea la malignidad de tu bichito, es que pienses en que sigues viviendo, en que nadie tenemos la vida comprada ni sabemos su duración, vívela, disfruta cómo puedas de las muchas o pocas cosas que te hagan feliz y, sobre todo, nunca dejes de ser tú mismo porque sin tu personalidad este mundo sería un sitio un poquito peor en el que vivir. Todos sumamos, nadie resta; todas multiplicáis, nadie divide. Se te necesita, pero por encima de todas las cosas, tú te necesitas a ti. Da un grito de vida, por ti, por tu gente, por los sanitarios que tanto te ayudan. Busca la ayuda de los psicooncólogos, te hacen mucha más falta de lo que puedas creer y grita también por ellos, es el mejor pago que quieren recibir.
Grita por tu libertad, la vas a ganar, la mereces, no renuncies a ella por una célula averiada. Tienes muchas más, dales la oportunidad de expresarse y hazlo tú con ellas.
Esta es mi experiencia. Tuve un tropezón, me levanté y he seguido viviendo. Si yo pude, todos pueden, no soy nada mejor que nadie, sólo soy yo.
Héctor.
En Omega Psicología, nuestra psicóloga especialista en tratamientos de cáncer te ayuda a encontrarte a ti mismo y a seguir siendo tú como forma de vencer la enfermedad.
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