Hace unos meses, os hablamos sobre el maltrato y sus consecuencias psicológicas, para la víctima y para el agresor. Aún a pesar de las innumerables teorías explicativas existentes hasta el momento, que son producto de las muchas investigaciones existentes en violencia de género y familiar (tanto paterno filial, como interfilial), en nuestra web de psicólogos en Móstoles os proponemos escuchar el testimonio de una persona afectada por maltrato psicológico familiar, que será mucho más esclarecedor de lo que es un caso de maltrato de forma directa.
La persona que lo edita, lo hace con motivo de ayudar a otras personas afectadas, para que se protejan y denuncien antes de llegar a una situación como la de esta víctima. Es un caso de maltrato psicológico familiar a raíz de una enfermedad cardíaca incapacitante. Estoy segura que os podrá ayudar mucho a la toma de decisiones a la hora de protegeros, si os encontráis en una situación similar o en una situación de vulnerabilidad psicológica y personal; por política de protección de datos, utilizaremos el nombre ficticio de «Teodora», para su testimonio.
Testimonio completo de una víctima de maltrato psicológico familiar
«He querido voluntariamente dejar aquí mi experiencia, para que si hay una sola persona que tenga una familia disfuncional, o perturbada, y yo la puedo ayudar para que no esté ni se sienta sola, y pueda escapar de esa situación denunciando, lo haga a la mayor brevedad, porque yo no lo hice cuando todos los especialistas que me vieron y trataron después, me decían que debía denunciarles para restablecer el daño. Con que llegue a ayudar a otra persona, tal como me propuso la doctora que podría pasar con mi testimonio, yo me sentiré satisfecha.
Tengo más de 40 años. Toda mi vida fui una persona sana y deportista. Más afable y más deportista y sociable que mis hermanas, que ahora pienso que me envidiaban. No se si sería odio o aversión pero no me trataron bien cuando caí enferma del corazón. También sé (y lo he sabido siempre) que mi madre es una persona desequilibrada, que nunca se puso en tratamiento y que no fue una buena madre apegada a mí desde pequeña, sino que se iba por ahí a coser o a charlar con sus amigas y con sólo 7 años ya me dejaba sola con la abuela. Con ella crecí prácticamente. Tuve crisis epilépticas que eran leves y, aunque fueron pocas y de corta duración, me produjeron una impronta psicológica importante. Aún recuerdo con pena cómo me daban terribles jaquecas desde los 7 años, y cómo yo solita me tenía que empinar al mueble del armario buscando un «mejoral infantil» de los de entonces, sin comer y sin nada, porque mi abuela que estaba conmigo era ciega, y mi madre nunca estaba en la casa. Era terrible el dolor que experimentaba por aquel entonces, a nivel físico; pero mayor fue el dolor psicológico de ver a través de los años que yo sola tenía que auto-tratarme.
Crecí y viví bien, a pesar de la epilepsia, o de las «crisis comiciales» como después las etiquetó un neurólogo, porque no superaban el episodio de una crisis anual. Me desarrollé socialmente bien, porque siempre fui sociable y simpática, también fui ligona y no tuve problemas para relacionarme ni para empezar a trabajar con sólo 21 años y mientras cursaba mis estudios.
En mi familia mis hermanas decían siempre que yo estaba mimada. Yo nunca me sentí ningún centro de atención sino todo lo contrario, cuando mis hermanos mayores se casaron, mis padres solo vivían para ellos y sus parejas. Tanto es así que hasta les cambiaron las reglas de la casa, los horarios de comer, lo que se ve en la tele, etc., No supieron, como siempre, poner a cada uno en su sitio y el papel preponderante de los dos yernos/nueras, fue decisivo en desestructurar aún más a nuestra familia. Solo importaban ellos, si venían o no venían al pueblo, lo que querían comer, y cuando lo querían comer, etc. Las otras tres hermanas estábamos supeditadas a eso. Lo asumíamos como normal, y no lo era.
Con los años cogí una tremenda depresión a la hora de estudiar en la universidad, ya que perdí un año, dejé mi carrera y luego no sabía cómo reengancharme. Mis planes eran estudiar en Madrid con mis dos hermanas, pero tras estar mucho tiempo en el pueblo, ni ellas ni mis padres me dejaban ir a Madrid. Por más que yo usaba la razón y la lógica para explicarles lo importante que era para mí volver a estudiar, ellos no querían. Y de tanto negarme estar en Madrid, cogí una depresión con la que dejé de comer totalmente y casi me muero. Eso fue lo de menos porque me curé en cuanto me dieron la oportunidad de ir a vivir a Madrid con mi hermano y cuñada. Ellos actuaron bien conmigo al principio, y si me sentí acogida, pero eso duró solo unas semanas a pesar de que yo hacía todo lo posible por portarme bien en la casa, fregaba y recogía todo para que no tuvieran queja de mi.
A pesar de eso parece que la tenían y me dijeron que «tenían que cambiar las sábanas» y que me fuera al pueblo. Después me enteré de que la cuñada no me quería allí y a mi hermano y a mis padres les decía hipócritamente lo contrario.
Tenía aún las reminiscencias de una depresión y eso de que mi hermano me echara literalmente de su casa, me dio la puntilla. Fue horrible recaer más en la depresión con sólo 21 años porque en todos los sitios les venía mal tenerme como estudiante. Pasé años sin hablarle ni querer verlo por lo que me hizo, pues fue un comportamiento inhumano en mi situación ofrecerme ayuda para que estudiara en su casa y luego me dijera que me fuera de allí. Mejor hubiera sido que no me lo ofreciera.
Desde entonces supe que era una persona impresentable, un calzonazos que se dejaba manipular por su esposa, sin importar las consecuencias anímicas irreparables que supuso aquello para mí. Con motivo de aquello, mi hermana mayor se ofendió y me acogió en su casa y sé que en aquel entonces ella era distinta a como es ahora y sí hizo lo posible para que yo estuviera bien a pesar de su pésimo genio (se parece a su madre, es clavada). Aquello al final duró poco, porque por fin, al estar deprimida, mis otras dos hermanas menores permitieron que yo me fuera a Madrid con ellas. Viví con una de ellas en un piso de estudiantes. Allí empecé a resucitar de mi depresión haciendo deporte a tope y sintiéndome viva otra vez. Lo necesitaba como agua de mayo. Y salí adelante…
A partir de ahí mi vida fue rodada y fácil. Me recuperé de mi depresión, establecí nuevas y múltiples relaciones con gente encantadora, estudié una carrera y me desarrollé como persona. Fui feliz. Tuve amigos, amantes, amores, y empecé a disfrutar de la vida en todas sus dimensiones. El deporte fue siempre una máxima común en todos estos años. Tuve un título de la federación de gimnasia y di clases durante tres años, trabajé en un banco mientras sacaba los estudios, como éramos estudiantes nos hacían contratos precarios, pero nos daba igual porque nos comíamos el mundo con 22 años…
Después de la carrera y el máster me quedé en paro. Acabé el máster en el pico de la crisis, no había empleos ni buenos ni malos y me empecé a deprimir otra vez, aunque no de forma seria, pues tenía mucha moral y un día llegué a echar 200 currículos. La media eran 30 o 40 diarios. Y así 3 años. ¿Os podéis creer que no me llamaba nadie? Era exasperante con ya treintaymuchos años. El único que me llamó quería que le escribiera el texto de un curso para el día siguiente, y claro, no pude, porque eso es imposible.
Mi familia lejos de entender mi preocupación por el empleo, me empezó a acosar. A sólo dos semanas de acabar el máster y el proyecto que me costó muchas noches y días de incesante trabajo sin descanso (acabé agotada y rota física y emocionalmente), mi madre me preguntó que si estaba echando ya currículos, y cuando le contesté que no y que cómo me podía preguntar eso cuando estaba descansando una semana por primera vez después de dos años sin parar, se ofendió y siguió preguntando erre que erre… Eso me cabreó profundamente; el que no supiera ponerse en mi lugar y no entendiera mi preocupación y agotamiento. La discusión fue muy fuerte y agresiva y producto de ella volví con el dolor de brazo izquierdo propio del infarto a Madrid y así estuve días hasta que fui a urgencias por dos eventos cardíacos seguidos cuando vivía sola en mi piso. No sabían decirme qué me ocurría, pero mi empeoramiento era notable.
Tres años tardaron en diagnosticarme una arritmia cardíaca rara, y dieron con ella, porque aun estando muy sana de todo lo demás mis pulsaciones en reposo iban en aumento de forma abrupta y preocupante…(llegué a caminar sufriendo pepinazos en el pecho y la cabeza y después me enteré que había 155 pulsaciones y hasta 169 pulsaciones en un holter yendo de paseo). Son síntomas horribles y espeluznantes que asustan muchísimo porque el corazón se descontrola por completo y se queda inútil.
Obviamente, mucho antes fui dejando de entrenar con los primeros síntomas de mi enfermedad cardíaca, ligeros mareos, desorientación y fatiga. Salía a pasear con mi pareja de entonces y ya me cansaba muchísimo, era algo raro, y de sensaciones cada vez más agotadoras y más desagradables. Yo ya sabía que estaba enferma desde hacía tiempo pero no daban con el problema. Tengo que decir que la experiencia del empeoramiento de mis síntomas físicos fue horrible y espeluznante, porque producto del descontrol de mi corazón sufrí varios eventos de ictus de los que hasta el momento no tengo secuelas. La indefensión que produce un evento cardíaco de estas características no es comparable a ninguna otra. Es sencillamente tan horrible que no se puede describir con palabras. Hay que sentirlo para entenderlo. Pero lo que viví después con mi familia debido a la pérdida de autonomía fue, si cabe, casi peor…
Mi expareja me dejó en la casa de una de mis hermanas menores, que ya por teléfono me decía y le decía a él algo así como que «me tenían que cuidar entre todos, que no iba a ser ella sola». A mí me sonaba a evadir responsabilidad, pero estaba en un estado físico tan lamentable que la arritmia no me dejaba ni ponerme de pie para ducharme sola por ejemplo (el cardiólogo que me trató me dijo que tenía el corazón inútil literalmente con 100 pulsaciones tumbada a veces… Eso significa que al menor esfuerzo de andar tres pasos se me ponía en 144 pulsaciones), y con exabruptos tan desagradables de contar que me dejaban en el suelo encogida, porque mi sistema autónomo de regulación no funcionaba y tan pronto se te estrechaba la aorta sin ton ni son y te daban unos «yuyus» que te dejaban en medio de la Plaza Castilla en el suelo, medio lloriqueando porque el que te recogía no entendía la sensación y era espeluznante, no poder ponerse de pie sin miedo. Un infierno.
Mi pareja me cuidó el primer mes después del diagnóstico, pero desistió rápidamente, dejándome como si fuera una cosa o un paquete en casa de mi hermana. Eso duele mucho, sobre todo después de todos los sacrificios que yo hice con él durante los años de convivencia y durante el noviazgo. Eso se le olvidó cuando en su casa y en casa de sus padres sufrí dos o tres arritmias espantosas. Poco entendían que la secuela emocional que quedaba de eso era aún más horrible porque tú sentías que tu cuerpo no te respondía, que hacía lo que quería. Y en aquel entonces no podía estar de pie normalmente y si daba 4 pasos por la casa era una inseguridad tremenda, porque frecuentemente te ibas al suelo, y consciente además, que es aún peor, con vómitos espantosos, y exabruptos de toda índole. Mi expareja se portó bien conmigo, pero al aparecer la enfermedad y tener que cuidarme, le faltó tiempo para quitarse el problema de encima y dejarme en casa de una familia con la que ya no tenía apenas contacto porque jamás me ayudaron ni con el paro, ni con la enfermedad.
En casa de mi hermana mayor (la tercera de ellos) pasé un infierno. Cuando creía que este sería mi peor infierno, me equivocaba, pues se vio superado por el que viví en la casa de mi hermana mayor, de la que tuve que escapar literalmente, sin tener condiciones físicas aún para hacerlo, para no morir de hambre o de una arritmia que a diario prácticamente sus malos tratos me producían. Es lo más duro y espantoso de mi familia que yo he vivido hasta ahora.
Esta tercera hermana me recogió en su casa reprochándome y riñéndome continuamente por no hablarme con mi madre. No en vano, aun a pesar de que el cardiólogo me advirtió que debía evitar el estrés y los «gritos familiares» de manera radical, pues mi arritmia la producían además del estrés o esfuerzo físico, el estrés psíquico. Yo trataba de que ella entendiera que no me tenía que gritar ni reñirme por nada, pero al parecer no lo entendía y no cesaba. Eso me levantaba otra vez la taquicardia ( que aún estaba poco controlada con el fármaco cardíaco).
Lo pasé fatal llegando a un casa con enormes dudas de ser cuidada allí, dado que en mi situación de desempleo previo nunca me ayudaron, y teniendo como recibimiento gritos y reproches continuos. Según los cardiólogos, la fuerte discusión con mi madre fue el detonante de mi arritmia, no en vano tuve dos eventos cardíacos a raíz de ahí y fui en declive aunque tardaron un tiempo en hacer el diagnóstico dada mi fortaleza física de deportista, que enmascaró los síntomas.
Creo que por cómo me acosó y los síntomas que me produjo, tenía muchas razones para no hablarle. Nadie de la familia lo entendió, ni me apoyó ni siquiera respetó mi decisión. Realmente mi madre y la fuerte discusión, me hundió la vida por completo, ya que mi calidad de vida, mi deporte, y todo lo que yo hacía tuve que dejarlo radicalmente, por mera supervivencia. Me costó un mundo prescindir del deporte, pero cuando un corazón se te queda inútil hasta para andar y subir escaleras… nadie piensa en deporte; sino sólo en sobrevivir y volver a poder caminar y recuperar la autonomía.
Después en casa de la hermana tercera, cesaron los gritos y reproches. Yo creí que mejoraría el clima, y sólo lo hizo ligeramente. Imaginaros tener que depender de una hermana a la que yo quería mucho y que me ponía verde, hasta para ir a la ducha en un principio. Al mismo tiempo tenía que llevarme a recoger mis cajas de la antigua casa en la que vivía con mi ex, y como obviamente yo estaba inútil y no podía cargar peso, lo tenía que hacer ella. No os imagináis, al terrible duelo que viví viendo que mi expareja me dejaba tirada como un trapo por estar enferma, e inservible, lo que supuso añadir la presión de mi padre que no quería facilitar nada la «micromudanza» y la de mi hermana que tampoco tenía ganas de ir, y en alguna ocasión me lo reprochó, como si yo pudiera elegir, no siendo dueña de mi propio cuerpo, y estando en paro y sin casa…
Ni os imaginareis por más que explique lo que para una persona en una situación tan vulnerable supone estar así y recibir críticas, malas caras, y reproches de continuo. Y todo eso en medio de un sumatorio interminable de síntomas para adaptarme a la quimio para el corazón que me pusieron, que me producía estragos físicos y estéticos como la caída de cabello en un 30% de mi cabello.
Una vez ya más adaptada en su casa, me reñía por no poder yo hacerme la comida y la cena, cuando aún no podía estar más de 10 minutos de pie porque taquicardizaba y me ahogaba. Yo tenía miedo de que no me hiciera la comida porque la quimio, si se absorbía brutalmente, me producía por las noches bradicardias de 43 pulsaciones que, en agosto, para que os hagáis a una idea supone una disnea brutal, que es como ahogarse.
Reconozco que poco a poco creo que mi hermana lo fue entendiendo y me parecía que se esforzaba haciéndome la comida. Yo tampoco podía comer como ellos, y de eso tampoco se enteraban ni se querían enterar; además de las restricciones tuve que aguantar comentarios del tipo » que yo era muy señorita», «que si había precocinados, eso comía ella y eso tenía que comer yo», cuando ni podía tomar grasas, ni cerveza, ni café, ni chocolate… En fin, un infierno. En alguna ocasión (al menos conté tres ocasiones así) tuve que tomarme la pastilla sin tener la cena hecha, y eso ya sabía que me generaría una disnea terrible y tuve que pasar noches casi enteras caminando por la casa ya mas tarde, porque sino me ahogaba sin poder respirar y cuanto menos comía, más síntomas, pero en esas ocasiones ni le podía decir nada a ella porque se ponía hecha una fiera conmigo.
En otras tres ocasiones sucedió que ella misma por gritarme y discutir me provocó arritmia, por dos veces tuve que llamar al samur para poder ir a Madrid al día siguiente al cardiólogo, porque sus gritos y vejaciones me produjeron arritmia y no estaba segura al día siguiente de poder ir a Madrid sola sin eventos raros ni sustos que amenazaban mi integridad física y psíquica.
Al final se lo conté al cardiólogo, y éste determinó que lo que le escribiera a ella, fuera por notas y que, si veía peligro de que me pusieran nerviosa por gritarme, evitase el contacto directo con ellos y la confrontación porque después mi corazón lo pagaba. Así lo hice, con ella y con mi padre, al que necesitaba mucho ver, pero que no me hacía ni puñetero caso por no hablarme con mi madre.
Creo que como padre debió de saber separar esto de él y de mi relación con él, y no sólo no hizo eso, sino que tampoco me quería pagar la medicación, que costaba y cuesta 70 euros, estando yo en paro y sin pensiones, y siendo su hija… Sencillamente esto me decepcionó tanto como padre que la idea de buen padre que tenía de él se desmoronó de inmediato. Un todavía futuro novio por esta época, dijo que eso él jamás lo haría con su hija, que era una actitud impresentable, y se hizo cargo del pago en cuanto lo supo. Este señor, mayor que yo, decía que mi padre no tenía muchas luces por hacer eso, y que jamás él me abandonaría y me protegería siempre. Lo malo es que fueron sólo palabras y en el momento en que más lo necesitaba me abandonó a 15 días de la boda, sin dar explicaciones, y en una situación muy vulnerable, que aún dura hoy…
Como dije, pasé cada vez más días aislada de mi hermana en su propia casa, y de mi padre desde que un día me voceó tanto que me puse mala. Estaba realmente sola, sola con mi enfermedad y en un entorno muy desestructurado desde el punto de vista psicológico y muy hostil. Un día mi hermana estaba con su hermana menor que veneraba y mi cuñado, y estando sola me dio el «yuyu», eran como pepinazos en la cabeza muy agónicos que después un doctor me dijo que eran diferencias del flujo a nivel cerebral. No sé lo que sería pero yo me sentía morir cada vez que me daban.
La llamé muy asustada como cualquiera que sufriera algo así llamaría a su hermana muy asustada. Me contestó de malos modos que aún iba a tardar. Para abortar la arritmia me decían que tenía que quedarme en el suelo horizontal y eso hice, pegada al teléfono; fue horrible y tengo que decir que ese día pasé más miedo que en mi vida, pensando que, a juzgar por mis síntomas, me iba a dar algo antes de que llegara ella. Al final llegó de muy mal genio y voceando. Jamás olvidaré como estando yo tirada en el suelo, en lugar de arrodillarse y preguntarme y ayudarme a levantar, pasó por encima mío, abriendo las piernas para cruzarme, y fue al baño tranquilamente.
De algo así, de que te traten como si fueras un trozo de algo tirado en el suelo, jamás uno se puede recuperar, a pesar de que en esta clínica me han dado ganas de luchar y de vivir. Desde ese día vi que no podía contar con ella, y que estando en una situación de auxilio no estaba segura allí. No en vano y a pesar de mi aislamiento seguí sufriendo humillaciones de todo tipo y vejaciones en las notas que me ponía y alzadas de voz que me generaban arritmia, al ser una arritmia por estrés.
Una mañana cuando estaba mejor salí a caminar y desde ese día tuve repeticiones de arritmia y síntomas espantosos varias veces al día. Me repitió por la noche y por si eso fuera poco mi hermana me dio la puntilla diciéndome que llamaría a mi madre (la persona que a base de acosarme me produjo la arritmia y me arruinó la vida) para generarme aún más estrés, y eso casi me mata, ya que esos síntomas brutales en la cabeza, fueron de ictus, un ictus que no me atendieron porque me negaron el auxilio cuando yo sólo quería que me llevaran al hospital, y que además al enviar a mi madre hizo que empeorara mucho al empeorar el estrés con una situación de acoso.
Me vi tan mal que para ir al hospital tuve que llamar a mi novio, mi pareja en ciernes en la distancia (en aquel entonces creía que me protegía y era buena persona, ya que me cuidó de ellos y de sus maltratos y me puso «a salvo» en su casa). Vino por mí y me llevó a La Paz donde no me detectaron el ictus porque ni siquiera me hicieron scanner. De ahí a un hospital del norte de España donde ingresé con exabruptos de todo tipo, en un estado lamentable y con muchísimo miedo porque yo sabía que era del coco y no me encontraba nada bien, apenas podía ni comer y con la misma medicación fuerte que aún conservo.
Tuve que escapar literalmente de casa de esta mi tercera hermana, que tengo que decir que aunque me chillaba y no me trataba bien, siempre me hizo la comida, aunque no me limpiaba la habitación cuando aun yo no podía hacerlo y cuando pude hacerlo acababa con 144 pulsaciones del esfuerzo que para mi corazón inútil era sobrehumano. Mi hermana vivía amargada por su soledad y eso lo pagaba conmigo aún estando enferma y muy discapacitada. De allí salí de madrugada con mi novio y decidí no volver por el infierno que viví.
Meses más tarde este otro me abandonó como el primero como si fuera una mierda en un hotel de Madrid donde habíamos ido para cita con el cardiólogo cuando sabía que con taquicardia, yo sola no podía ir andando el escaso trayecto hasta La Paz. Entonces, tras el abandono, quedé sola y al llamar a mi hermana la tercera, me dijeron que tenía que ir a la casa de la hermana primera, y ahí fue cuando viví aún más calvario.
Los mismos gritos que en la casa de mi hermana la primera y ahora estaba sola y sin escapatoria. Lo pasé tan mal que llame a los amigos (a dos) para que fueran a por mí de nuevo. Uno estaba en México, y la otra no se quiso implicar y me dio la espalda absolutamente. Yo no pedía que me secuestraran, sólo que me sacaran de allí. Esta hermana no me daba de desayunar, no me compraba las cosas que yo necesitaba comer, pretendía que, sin poder estar casi de pie con más taquicardia que antes, yo fregara los platos, cargara cajas, etc. Yo adelgacé en su casa unos 12 kilos en sólo un mes. Quedé en los huesos porque precisamente el único momento del día en que comía fuerte, era el desayuno que ella me negó por completo: ni tostadas bimbo (pan que cuesta algo más de un euro y me duraba 10 días), ni zumo de naranja, ni leche de soja de la que yo bebía. También le pedí un champú anti caída de la farmacia con aminexil y me trajo uno de esos del supermercado que no hacen nada porque no llevan aminexil (se lo expliqué pero no me escuchó). Además me puso en el piso alto de la casa a pesar de que yo no podía aún subir bien las escaleras. Eso hacía que tuviera que tratar de coger cosas de la nevera por la noche, ya que por la mañana mi taquicardia no me dejaba bajar y subir otra vez arriba.
Sólo podía tomar yogures, y de unos que me daban vomitona a pesar de lo cual me los tenía que tomar, porque no me daban otra cosa sana, además de cosas que compraban que yo en aquel entonces no podía comer. Creía al principio que era su ignorancia o problema de que no me había explicado bien, se lo expliqué a ella y a su marido, pero dio igual. Seguían sin compararme nada de lo que yo comía. Las pastillas así me hacían estragos, tenía que caminar de noche para no ahogarme por la bradicardia y la disnea brutal que me producía, y cada vez más flaca. Salí de allí como un cadáver, delgada y demacrada, amarilla. Mantengo las fotos del antes y del después y no veríais que soy la misma persona.
Cuál no sería mi desesperación que llegué a llamar al impresentable que me abandonó en el hotel para poder salvar la vida, me vi tan mal que me tuve que humillar aún más, llamándole y pidiéndole comida. Él accedió y viendo que eran todas las noches vómitos y náuseas por el maltrato y los nervios que me ponían allí, que creo que al final se sintió mal y me volvió a pedir perdón, me sacó de allí (o mejor dicho volví a salir de ese segundo infierno), gracias a él, y de su mano y de su protección empecé a engordar, mejoré mi imagen, y empecé a andar otra vez, poco a poco y volví a ser y a sentirme una persona en lugar de una cosa, tal como ellos me trataban. Pero lamentablemente, al año siguiente me abandonó dejándome sus propios compromisos de protección sin cumplir, y dejándome de nuevo en una situación de total desamparo, y con deudas económicas y morales.
En cuanto a mis otros dos hermanos, cuando no tenía apenas autonomía pusieron la excusa de tener cada uno un hijo para no cuidarme. ¿Le veis la relación? Yo no se la veo y los psicólogos de aquí ni con los que consulté, tampoco.
Mi hermana vino con su hijo de 5 años a verme sólo un día, y lo trajo porque yo no podía andar entonces y se lo pedí. Su casa estaba a 100 metros de la de mi tercera hermana, donde estaba yo. A pesar de mi situación ella decía que era yo la que tenía que ir a verlo a él. Después como coincidió que tuve jaqueca esa tarde no volvió a traerlo. Una vez que me tuvo que traer la cena porque no estaba la otra hermana, me trajo una ración de comida para todo el fin de semana. Y como no podía cocinar, me la tuve que dosificar con mis pastillas para todo el fin de semana. Sin comentarios con eso.
Años después decía que ella me había ayudado, cuando hasta le pillé un e-mail hablándole mal de mí a mi novio este, y sobre mi discapacidad. Respecto a mi hermano mayor cuando le pedí ayuda por quedarme sola en aquel hotelucho abandonada, me dejó allí sola y ni fue al cajero para darme dinero para el taxi. Tuve que pedir a un amigo que estaba por cierto escayolado que fuera a por mi a la mitad del camino para pagar el taxi y poder llegar hasta el cardiólogo. Gracias a mi amigo, pude llegar a mi cita anual con el cardiólogo.
Mi hermano me dijo a la cara que no me llevaba a su casa porque yo era mala influencia para su hijo, y no sé el motivo. Sería por ser un trasto… Nunca olvidaré cuando desde la casa de mi hermana la maltratadora, le manifestaba mi desaliento y mi desesperación por salir de allí, y mi miedo a quedarme otra vez sin autonomía por los síntomas que tenía, y mis miedos de quedarme «vegetal». La respuesta que él dio a mis miedos era que «si me quedaba vegetal, nadie me iba a cuidar». No sabéis lo que en una situación de desesperación tan tan grande y hasta sin comer, me supuso leer eso de mi propio hermano, a quien antes de echarme de su casa con mi depresión juvenil, yo idolatraba, pero ha terminado retratándose como un hombre impresentable. Allá cada cual con su conciencia.
En la casa de esta hermana mayor, recuerdo por ejemplo la llegada de ellos dos, un sábado por la tarde, y cómo me cambiaron el canal a una cosa que les gustaba a ellos, sin tener en cuenta mi opinión. Creo que eso me hizo sentir peor que un mueble, un mueble molesto. Lloré mucho cuando vi su negligente comportamiento dándome la respuesta de que «cuando yo tuviera mi casa viera lo que yo quisiera, que como esa era su casa, ellos veían lo que ellos querían». A veces también mi hermana, creo que por envidia o por estar enferma del coco, se reía de lo que yo decía, de mis opiniones o comentarios tratando de humillarme, cuando en realidad, ella estaba, estuvo y estará muy por debajo de mí no solo en conducta sana, sino también en cultura y como demostró con su maltrato, en moralidad.
Siempre he tenido la sospecha de que es una psicópata y ahora, lo sé. Llegaba a la habitación en la que yo estaba sentada sobre la cama, porque no había forma de poder estar sanamente con ellos dos sin que me causaran estragos, y entraba sin llamar rompiendo mi intimidad y mi espacio, con el mismo argumento enfermizo de que era su casa. Una casa que su marido le regaló porque ella no ha dado palo al agua en su vida salvo esos últimos años. Una vergüenza de hermana.
Jamás olvidaré el día que me recogió en la estación, con su marido, tras haber sido abandonada en ese hotel de Madrid por mi novio cruel. Yo iba llorando desesperada y en lugar de un abrazo y una palmada en la espalda y escucharme, lo que me dijo en el coche era que ella jamás me daría dinero ni me pagaría nada, y no sé con qué motivo lo dijo, pero lo dijo. Además me recogió de mala leche, ella iba delante, y yo iba detrás. Ninguno de los dos me miraron a la cara y dejaron mis cosas en el pasillo en bolsas, tal cual venía. Aquel mal hombre me dejó hasta sin ropa interior, y ellos tampoco me la facilitaron en un inicio. Tal como los vi cualquiera les pedía algo…
No os aconsejaría si estáis en una situación tan desvalida y deprimida de abandono, que vayáis a una casa de una hermana así, cuando desde que llegas te hacen sentir que vas a ser un problema y un gran estorbo… Fue lo que agravó enormemente mi duelo y mi estado de salud. Días más tarde yo le pedí que me trajeran mi abrigo dado que era ya noviembre y no me daban mi abrigo. No me lo facilitaron hasta un día antes de volver de Madrid escapando de allí con casi 15 kilos menos.También en la otra casa de mi hermana tercera les pedía mis zapatos cuando empecé a poder caminar poco a poco por el barrio, y no me los facilitaron, como excusa para ello recuerdo que un día me dijo algo así que como estaban en casa de mi hermana mayor (porque se repartieron mis cosas como quisieron y aún a día de hoy si les pido lo que necesito no me lo envían a Madrid), hasta que no volvieran de vacaciones no me los podían dar.
¿Os imagináis enfermos sin poder caminar y cuando lo lográis no os den vuestros zapatos hasta que unas personas vuelvan de vacaciones? Increíble, pero cierto. Con cada una de esas respuestas a mis demandas, la sensación de ser una piltrafa, un trapo que a ellos no les importaba, iba en aumento. Fue tanto el maltrato y la denigración, fue tal el sonrojo o vergüenza ajena que ellos me provocaban con el trato que me daban que, aunque quería denunciar en la policía estos tratos, no me atrevía, pensaba que no me iban a creer, o que me iban a cuestionar.
Llegué a estar realmente tan deprimida que llegaba a pensar que: «si total, como me habían acogido, cómo los iba a denunciar con lo que me habían cuidado. Aunque me gritaran, humillaran, vejaran y adelgazaran brutalmente». Esa sensación de culpa acompañaba al estrés postraumático que me diagnosticaron por el maltrato de la hermana mayor, que estuve soñando con ella y con que subía a la habitación a ponerme verde y entrando sin llamar, durante al menos dos o tres meses después. Me despertaba alterada por el recuerdo de sus vejaciones, y cuando veía que todo pasó, que ella ya no estaba allí para maltratarme y que yo estaba segura en aquel piso de amigos, me calmaba y me dormía de nuevo. Fue muy traumático.
Mi familia se comportó fatal conmigo y no entendió las enormes limitaciones físicas de mi enfermedad. Además de aguantar los duelos por no poder entrenar ni esquiar más, además de tener que soportar los duelos de la absoluta pérdida de control de mi cuerpo que quedó hecho una pena con un corazón casi inútil, tuve que soportar el gran duelo de la pérdida de la familia. En realidad creo que nunca la había tenido, pero a veces cuando no queremos ver la realidad, nos ponemos una venda en los ojos para poder justificar lo injustificable.
Yo logré salir de aquella jaula de oro, aunque fuera con la ayuda de un hombre que más tarde me volvió a traicionar (una vez más y gravemente). Logré escapar de las acusaciones de «ser vaga», «de ser señorita», de «ser rara y no querer a mi familia». Logré salir de los reproches, de las voces, de las humillaciones, pero no denuncié.
Si estás en esa situación tú ahora, debes denunciar. Tienes un gran dispositivo de psicólogos y profesionales a tu alcance para ayudarte, y muchos policías y jueces comprensivos. Que no te frene denunciar a una hermana o a un padre o madre si te están maltratando. Por no haberlo hecho aun ahora, como me dice la Doctora Crespo, sigo sin tener mis cosas. Les pedí a través de un familiar varias cosas que necesito que son mías y no me las envían, yo no tengo coche para ir por ellas ni quiero tener que ver a las personas que siendo de mi familia me negaron el auxilio siendo mis padres, tampoco a hermanas que me dejaron sin comer estando en duelo y con una enfermedad cardíaca.
Mi fortaleza pudo con ellos, y pudo con todo. Si estás en la misma situación o parecida, os pido que denunciéis a los familiares que os estén vejando. Si alguno de vosotros tiene maltrato familiar os ruego, que antes de llegar a este punto que llegué yo, de desconsuelo y de desesperación, acudáis al Ministerio de asuntos sociales, a la Policía, o al juzgado y lo pongáis en conocimiento de las autoridades, os protegerán con una orden de alejamiento y os ayudarán a valeros por vosotros mismos o si tenéis discapacidad a buscar los cauces para nunca más tener que vivir una situación igual. Esas situaciones dejan una huella mala e imborrable. No lleguéis a eso y pedir ayuda a Omega Psicología, o a los centros públicos que tengáis a mano. Hay muchos profesionales dispuestos a ayudarme. Yo no he recuperado aún mi dignidad, pues sigo sin tener mi propia casa, donde poder tener mis propias cosas, sin tener que rogar a nadie para que me las devuelva, y donde pueda hacer lo que yo quiera y comer lo que yo quiera y cuando quiera, pero al menos he recuperado la autoestima, la fe y las ganas de luchar por lo que es justo, como por ejemplo mi propio restablecimiento físico y el aminoramiento de mi discapacidad.
Mucho ánimo a todos los que estáis siendo maltratados por padecer una enfermedad o una discapacidad, y ¡mucha fuerza a todos! ¡Denunciad! Porque hay salida y porque vosotros os merecéis una buena asistencia de psicólogos especialistas en maltrato, como los de Omega Psicología, y os digo que me parece muy importante que queden las menores secuelas posibles, y hay muchos centros que hacen terapias de EMDR para el estrés pos-traumático.
¡Mucho ánimo y mucha fuerza! No estáis solos y vais a salir adelante, porque hay salida. Sólo necesitáis apoyo psicológico, fortalecer la autoestima, y ¡luchar! Si lucháis, vencéis, porque hay salida. Los profesionales están para ayudarnos. No estamos solos. Aléjate rápidamente de la situación de maltrato, pon tierra de por medio, denuncia y busca asesoramiento profesional. Hay salida. La buena noticia es que hay salida.
Agradezco a la doctora la posibilidad de contar mi experiencia límite con mi propia familia, por estar enferma del corazón y no haber sabido ellos entender mi enfermedad y lo que conllevaba, y por no ser una familia normal. Por muy dura que sea tu enfermedad o tu discapacidad, y por anormal que pueda ser tu familia, jamás debes consentir que se te maltrate. Ponte en marcha y denuncia. Encontrarás apoyo profesional y ayudas del estado, psicólogos, y asistentes sociales, para volver a trabajar y poder sobrevivir.
¡¡Mucho ánimo y mucha fuerza!! ¡¡No estáis solos!!»
Teodora
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