Probablemente muchos de vosotros habréis oído hablar de maltrato psicológico. Muchos de vosotros estaréis bien informados de lo que supone un maltrato y otros muchos tendrán conocidos, amigos, o personas de su círculo social, que han vivido en mayor o menor grado, una situación de maltrato. Lo mas frecuente es que la persona que lo sufre no hable de ello hasta pasada dicha situación, bien porque no encuentra la fuerza para hacerlo, y pedir ayuda; bien porque el hecho de contarlo le dejaría en peor situación que la que atraviesa.
La Doctora Crespo, añadirá posteriormente sus reflexiones sobre este tema desde el ámbito jurídico-forense, pero desde mi punto de vista, tan sólo clínico, aludiré a las consecuencias y orígenes de este tipo de conductas tan nefastas para los que las sufren, aunque también ( desde luego en menor grado), para los que las ejecutan.
El diccionario de la RAE, define “maltrato” como “acción y efecto de maltratar”. Y en su raíz etimológica se pueden distinguir en latín, tres palabras latinas como “male”, que significa mal, “tratare” o tratar, y el sufijo “-tro”, que equivale al que recibe la acción. Resulta obvio que entre otras condiciones, para que se de este suceso, debe haber una relación y/ o situación entre dos personas -o más de dos-. Lo que los clínicos entendemos por “maltrato de uno mismo hacia sí mismo”, se consideraría más bien una agresión ( auto-agresión), cuya esencia puede ser por acción u omisión, como en los casos de dejadez, o abandono; pero el maltrato, evidentemente, es otra cosa, y va siempre de un sujeto causante a otro u otros sujetos pasivos receptores de dicha acción.
En el origen de una conducta de maltrato, puede haber muchas variables. Distintos modelos etiológicos han tratado de indagar en el estudio y la explicación de las conductas de maltrato. Las causas pueden redundar sobre todo en una explicación multifactorial del acto de maltratar a otro. La primera de las variables es la asimetría en la relación de poder de ambas personas: el que exhibe una conducta de maltrato tiene por necesidad que percibirse por encima del sujeto maltratado en cuanto al poder o emponderamiento que el vejar o humillar a otro le produzca. Esta sensación de “poder”, siendo de facto bastante narcisista, y yatrogénica para el que la experimenta, y aún más para el maltratado, se encuentra siempre en la base de las conductas de maltrato y de abuso de otro. Eso lo tenemos claro. Lo que los estudios hasta hoy, sin embargo, no aclaran, es si son variables personales -una personalidad patológica por ejemplo- las causantes del emponderamiento, o si son variables situacionales, las que generan esta necesidad de emponderarse vejando a otro. Algunos estudios del área de la psicología social, por ejemplo, demuestran que determinadas situaciones sociales, y un alto sentido de “pertenencia grupal”, lograrían que una persona sin patología, podría comportarse de forma distinta ( lea se peor) de lo que lo haría individualmente, en relación a un tercero.
Lo dicho previamente alude a que existe una especie de “contagio emocional” del sujeto que infringe el maltrato de otro, hacia otros que acaban mal-tratándolo también, bien “in situ”, en ese mismo momento y escenario espacio-temporal, o en sucesivas ocasiones, por un proceso de “aprendizaje vicario”. Los psicólogos entendemos por “aprendizaje vicario”, aquel que sucede y se internaliza no conscientemente para una persona, tan sólo por ver o contemplar ésta, escenas de maltrato y denigración; así como otras escenas traumáticas donde se contemplen imágenes de peligro para la integridad, y de riesgo vital para una persona. Lamentablemente, aprender a maltratar, u otras conductas como la agresión o el crimen, también se pueden aprender por “refuerzo vicario”, aunque el sujeto que las aprenda no sea consciente en ese momento, de cómo dichas conductas perniciosas han llegado a él.
Además de lo que practicar una conducta de maltrato puede suponer para el que la realiza, por las consecuencias penales de su acción u omisión, y por las devastadoras consecuencias para su propia personalidad, que se deshumaniza progresivamente, existen unas consecuencias o secuelas para la persona maltratada, que en términos clínicos pueden ser muy graves. El maltrato genera trauma. Con esa palabra tan corta: “trauma”, los psicólogos nos referimos a una amalgama de síntomas complejos, agrupados en distintas combinaciones posibles, y diferentes intensidades, y que pueden suponer de hecho, una secuela muchas veces irreversible a la hora de poder procesar los estímulos, sobre todo los sociales, entre un largo etc de síntomas como flashback que reviven o repiten la experiencia traumática involuntariamente, o niveles extremos de ansiedad, elevada respuesta de alerta o sobresalto, pesadillas, o dificultades en la memoria anterógrada, junto con una notable imposibilidad de hablar con naturalidad del suceso de maltrato. Ello hace invisible el maltrato como “queja” o síntoma de alarma para su erradicación, lo que justo contribuye a su silencio y cronificación de tan aversiva y estresante situación. El sujeto víctima de maltrato, es un sujeto que padece de un estrés agudo. Y dicho estrés aumenta con el silencio, pero lo cierto es que el sujeto denigrado y humillado no encuentra herramientas para luchar contra ello.
Los síntomas de estrés agudo, cuando se mantienen mucho tiempo vigentes con una intensidad moderada o alta, pueden ocasionar otros problemas de salud encadenados, debido a que en condiciones de estrés, nuestros linfocitos Beta o células NK ( Natural Killer), pierden eficiencia y no pueden realizar bien su función de corrección de tumores. Ello ocasiona que los procesos proliferativos de crecimiento celular anómalo, como el cáncer, se desarrollen con un crecimiento desmedido, y sin control, osa que no sucedería si nuestras células NK estuvieran funcionando a pleno rendimiento y sin estrés. El estrés, es por tanto, una causa indirecta de cáncer, así como de ictus, de síndrome de colon irritable, de infecciones de todo tipo, de úlceras gastroduodenales, de cefaleas por tensión muscular, y de un largo etc. Como el que una persona maltrate a otra psicológicamente, ocasiona a la larga que la víctima pueda desarrollar estas otras enfermedades además de las psicológicas consustanciales al maltrato; indirectamente una persona que maltrata a otra, es un agente causante de enfermedad tanto orgánica como psíquica. Visto de esta forma, todos sin excepción, debemos estar muy pendientes de las relaciones perniciosas, abusivas o denigrantes, que amenazan nuestra salud psíquica, pero también potencialemente nuestra integridad física.
Además de lo ya comentado arriba, se hace necesario destacar que también en una relación de maltrato, hay otras variables que no pertenecen al maltratador o a su personalidad, ni a la situación social en la que se produce el maltrato psicológico; sino que son variables que pertenecen al sujeto víctima de maltrato. Y aquí surge la pregunta inevitable de: “¿entonces, hay un perfil de persona que es proclive a ser maltratada?”. Lo cierto es que tanto como un perfil no me atrevería a decir, pero si sabemos que existen algunas variables de una persona, que son favorecedoras de conductas de abuso, y maltrato. Estas variables, como la alta tolerancia a la frustración, las variables depresivas, la paciencia, expectativas negativas sobre el futuro, baja autoestima y bajo autoconcepto, intraversión, etc …, están también en la base del maltrato, y serían, por si mismas en solitario, o combinadas con otras del agresor, o de la situación una combinación fatal que dispararía la probabilidad de ser maltratado/a.
Posteriormente, Isabel añadirá algunas reflexiones sobre esta interesante y perniciosa conducta, desde nuevos puntos de vista.